sábado, 19 de enero de 2008

Mario Vargas Llosa: ética y estética de un escritor






"Contra viento y marea" es una libro particularmente importante dentro de la extensa colección de textos que conforman la obra de Mario Vargas Losa. Las razones que hacen valorable esta colección de artículos y ensayos escritos a lo largo de veintitrés años se debe, por sobre todo, a que tienen la peculiaridad de manifestar de manera gradual un cambio estético pero por sobre todo político con respecto al rol que, según Vargas Llosa, debe asumir el artista latinoamericano. La reformulación que el escritor peruano lleva a cabo durante el tiempo que comprende esta recopilación de textos (en su mayoría periodísticos) tiene que ver con un modo de entender la práctica literaria y política que en su juventud se sustentaba en los postulados teóricos de Sartre, pero que poco a poco comienza a variar hacia una postura que lo hace alejarse de los principios cercanos a la izquierda para acercarse a una actitud más próxima al liberalismo económico-político. Esto conlleva un cuestionamiento sobre las verdaderas premisas que deben sustentar el papel de la ficción en la realidad social, más cercanas a un formalismo que, si bien, no refuta el carácter político de toda creación literaria, sí la entiende de una manera distinta en tanto sitúa a la literatura en un punto intermedio entre la acción social y las resonancias emotivas que provoca la experiencia estética de contemplar un mundo ficcional distinto, más perfecto y bello que la realidad. A partir de lo anteriormente dicho, quisiéramos abordar en este trabajo los dilemas, cavilaciones, disyuntivas y convicciones que resultan del análisis de estos artículos. Para eso daremos cuenta en este ensayo de un tema central: la relación entre la función del escritor y su compromiso político, y relacionarlas con el carácter persuasivo que tienen los textos como reflexiones que nos interpela sobre el destino de la izquierda latinoamericana. Para este fin, "Contra viento y marea", nos servirá como un "espejo" que reflejará la trayectoria estético-política que el autor ha realizado intelectualmente, y, por otra parte, cómo sus posturas han manifestado variaciones expresadas en un viaje que comenzó con una relación relativamente armoniosa con la izquierda latinoamericana para desplazarse hacia una posición que lo convierte en el símbolo del crítico liberal y anticomunista.


El joven Vargas Llosa: una incómoda inocencia

Si se pudiera reducir la trayectoria política y estética de Vargas Llosa a la figura de dos pensadores, se podría decir que en un comienzo el escritor peruano abrazó e hizo suyas las propuestas intelectuales de Sartre sobre el compromiso del escritor hacia la causa socialista, pero que después se aleja poco a poco hasta expresar una fuerte empatía hacia la posición "realista" de Camus, en donde "rectifica" sus primeras ideas para afirmar una literatura que no se asocia directa e indisolublemente al acto político. La idea es entender cómo se desarrolla esta polémica a lo largo de una serie de textos y contextos históricos que darán a entender este cambio de perspectiva en relación con la función de la literatura en el campo social.
Si leemos con detención la colección de ensayos, artículos y documentos que conforman el libro "Contra viento y marea" nos daremos cuenta que estos escritos describen el camino que lleva al autor desde un socialismo comprometido con los postulados de Sartre y los ideales marxistas que profesó (aunque siempre con ciertos alcances) hacia un paulatino desengaño que lo lleva a acercarse, a medida que realiza este recorrido, hacia una postura más liberal tanto en lo moral como en lo económico, representada en los razonamientos de Camus en cuanto a la posición del intelectual y del artista en la sociedad.
Vargas Losa desde joven sintió la inevitable inclinación a formar parte de los movimientos de izquierda. Con la distancia temporal que entrega el paso de los años, el novelista en la actualidad racionaliza esas primeras aproximaciones al comunismo como las naturales actitudes de la juventud latinoamericana frente a las necesidades de cambios estructurales para superar las injusticias sociales. En el caso particular del Perú, la juventud de Vargas Llosa coincide con la dictadura del general Odría (1948-1956), régimen político que se constituye como una era de incertidumbre, autoritarismo y confusión electoral. Este periodo político se caracterizó por estar económicamente orientado a la entrada de capital extranjero sin intervención ni restricciones por parte del estado. En este sentido, el camino del Perú contradecía el curso convencional de las políticas monetarias del resto de América Latina. Perú, de este modo, como comenta Shane Hunt, "empezó a caminar en dirección contraria" a los modelos propuestos por los países vecinos; "el régimen militar abrió paso a una mayor presencia norteamericana en algunas áreas económicas y sociales del país, como la empresa privada. Así el Estado se retiró del control de yacimientos mineros, como el de Marcona, en Ica, que pasó en 1952 a manos de una empresa norteamericana, y de actividades de explotación del petróleo". En el aspecto político, la autoridad de Odría hizo que la disidencia, en particular los apristas encabezados por Haya de la Torre, se dispersara y las libertades de expresión se hicieran mínimas. Dentro de ese contexto, volverse un simpatizante de la izquierda revolucionaria era el camino común para cualquier estudiante que recién ingresaba a la agitada vida universitaria. Y, si bien, Vargas Llosa reconoce que es en la Universidad de San Marcos en donde realiza sus primeras lecturas marxistas, también confiesa que pocos meses después siente ciertas discrepancias ideológicas que lo hacen alejarse de la izquierda más radical, interés que volvería nuevamente cuando comienza a frecuentar en París la lectura de Sartre, además de la llegada de la revolución cubana.
Nunca será exagerada describir la adhesión y la esperanza que despertó la revolución cubana entre la izquierda política y por sobre todo en los intelectuales latinoamericanos que veían al fin una posibilidad de enfrentar el imperialismo norteamericano. Vargas Llosa estaba en París al momento de la llegada de Castro al poder, y desde su posición de corresponsal escribe diversos artículos en donde alaba la experiencia cubana. Ya en 1962 escribe: "la revolución está sólidamente establecida y su liquidación sólo podría darse mediante una invasión directa y masiva de Estados Unidos", y reconoce en la figura de Fidel Castro a un ser carismático que no duda en establecer relaciones cercanas con el pueblo al momento de realizar políticas que decidan el destino de Cuba. Sin embargo, al mismo tiempo que describe la esperanzadora realidad de la isla, Vargas Losa muestra una cautela que hace que su artículo no sea una mera expresión apologética del socialismo recién en desarrollo: "es evidente en la prensa, la radio, los cursos de capacitación y las publicaciones, que existe actualmente en Cuba un empeño oficial para adoctrinar a las masas", pero esta campaña, aclara, no tiene como foco principal un dirigismo ideológico excluyente sino que tiene como fin enseñar al pueblo cubano que el marxismo es la filosofía oficial de la revolución, la que no excluye la existencia de otras corrientes ideológicas que se puedan expresar libremente, "al menos por ahora".
También de Cuba empiezan a llegar noticias alarmantes. En sus contactos con los escritores extranjeros, los escritores cubanos empiezan a hablar de coacción, de detenciones y de presos políticos. Empiezan a aparecer libros que denuncian la omnipresencia y omnipotencia de Castro en todos los sectores de la vida cubana. En esta situación, los intelectuales latinoamericanos y entre ellos los escritores que viven en París, adoptan dos posiciones diferentes. La mayoría decide apoyar a Castro; haga lo que haga, Fidel representa para ellos la ilusión de otra América Latina y también de una revolución que, si bien, tiene aspectos criticables, son entendidos como la evidencia del complejo proceso de construir una revolución constantemente coartada por dudosos gobiernos de derecha.
Ya en esta época, Vargas Llosa siente admiración por un Sartre que de manera coherente y comprometida lucha en sus escritos por la justicia social y la libertad de los pueblos, sin embargo, como ya lo dijimos en el comienzo de este trabajo, la relación que establece el escritor peruano con respecto a la concepción que tiene el marxismo de entender la realidad, y, en particular, la función que adquiere la literatura dentro de la sociedad, hace que ya desde una primera instancia discrepe con su maestro. En junio de 1964, en el artículo "Los otros contra Sartre", Vargas Losa recuerda la polémica frase que Sartre declara a una periodista del Le Monde de París: "¿Qué significa la literatura en un mundo que tiene hambre?. Como la moral, la literatura necesita ser universal. Así, pues, si quiere escribir para todos y ser leído por todos, el escritor debe alinearse junto al mayor número, estar del lado de los dos mil millones de hambrientos. Si no lo hace, será un servidor de las clases privilegiadas, y, como ella, un explotador". En última instancia, concluye Sartre, un escritor, si es necesario, debe renunciar a la literatura para servir mejor a su sociedad porque, sentencia, "la náusea, frente a un niño que se muere de hambre, no tiene poder, no tiene peso alguno, no sirve para nada". Vargas Llosa recordará, 36 años más tarde, la desilusión que le provocaron estas afirmaciones al momento de leerlas y cómo le afectaron particularmente al sentirse aludido por ser un joven novelista que se había alejado de la difícil realidad peruana para comenzar a construir una carrera literaria en Europa. Vargas Llosa trata de responder respetuosamente a Sartre situándose en una posición intermedia que de alguna forma delata su no-alineamiento irrestricto con el papel que le asignaba el marxismo a la literatura. Dice que está de acuerdo con el novelista francés Claude Simon en su réplica a los dichos de Sartre: "¿Desde cuándo se pesan en la misma balanza los cadáveres y la literatura?. Hay algo tremendamente despectivo hacia lo que se llama pueblo en esa perpetua discriminación entre las aptitudes intelectuales de las clases privilegiadas y las de las otras clases, pues, de este modo, estas últimas quedan enclaustradas en un verdadero guetto cultural". Y ante el llamado de atención que realiza Sartre a los escritores del tercer mundo, Vargas Llosa declama: "Yo, indígena de país subdesarrollado que intenta escribir novelas en París, ¿cómo no respaldaría, en esta consideración precisa, a Claude Simon?". De inmediato aclara, eso sí, que eso no significa en ningún modo entender el oficio de escribir como una profesión de fe artepurista, refutando las afirmaciones de Yves Berger, que afirmaba la total inutilidad de la literatura desde el punto de vista social. En este sentido, Vargas Llosa seguirá creyendo con relativa certeza en la "literatura comprometida", especialmente en la convicción del valor moral de las ideas sartreanas: "¿Qué quería decir comprometerse? …que escribiendo no sólo materializábamos una vocación, algo a través del cual realizábamos nuestros más íntimos anhelos, materializábamos uno predisposición anímica, espiritual que estaba en nosotros, sino que a través de ella también ejercitábamos nuestras obligaciones de ciudadanos y de alguna manera participábamos en esa empresa maravillosa y exaltante de resolver los problemas, de mejorar el mundo… Así comencé a escribir; no me sentía un político, pero hubiera sido para mí imposible concebir una literatura que estuviera totalmente de espaldas a la política".
La vigencia y la popularidad de estas propuestas estético-políticas que en la jerga cultural pasaron a llamarse con el nombre de "Literatura comprometida", tuvieron como principal promotor a Jean Paul Sartre en su libro "Situations, II" de 1947. En él se exhortaba al intelectual a entender que estaba condenado a que sus actos desencadenaran efectos históricos y sociales. De ahí que el escritor debiera ser responsable de desarrollar un pensamiento que, queriéndolo o no, tendrá consecuencias morales con respecto a los nuevos cursos que irá tomando la historia: "El escritor no es un vestal ni un Ariel; está en el asunto, haga lo que haga, marcado, comprometido". "Ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época: es su única oportunidad…tal vez hubo tiempos mejores, pero éste es el nuestro". La escritura es vista no como un acto gratuito, al contrario, toda acción que realizamos (y toda palabra es un acto) tiene un significado político: "Aunque nos mantuviéramos mudos y quietos como una piedra, nuestra misma pasividad sería una acción". Y si la literatura y la poesía tienen el poder transformador de develar las injusticias y la explotación hacia las clases trabajadoras, el literato, al estar arrojado a la historia, debe elegir una perspectiva, adoptar una conciencia de clase que reivindique una revolución estructural de la sociedad: "Es inútil que el escritor simule retroceder para observar a la burguesía en su conjunto: si quiere juzgar a la burguesía, tiene que salir de ella en primer lugar y la única manera de hacerlo es identificarse con los intereses y la manera de vivir de otra clase. Como no se decide a ello, vive en la contradicción y la mala fe, ya que, a la vez, sabe y no quiere saber para quien escribe (la cursiva es mía)".
Vargas Llosa admira, a pesar de sus reservas, el hecho de que Sartre instala al intelectual y al artista como agentes modificadores de la realidad. Este compromiso con la sociedad en realidad es un compromiso hacia el oficio mismo de la escritura y a la constante insatisfacción que hace que, según Vargas Llosa, el artista construya realidades verbales paralelas destinadas a superar las miserias y la pobreza de la realidad real. Esto hace que la noción que el novelista peruano tiene sobre la función de la literatura supere las limitadas demandas propuestas por Sartre. Sin embargo, para que se diera ese proceso que lo hace separarse de la "literatura comprometida", primero hubo un momento en el que creyó (siempre con ciertas dudas sobre sus métodos) en la posibilidad de una revolución socialista. Gestos que demuestran esta determinación por creer en la labor cívica del intelectual la podemos ver reflejada en diversos textos publicados a mediados de los sesenta. En el texto "Toma de posición" (julio de 1965) firma junto a ocho peruanos un escrito en donde defiende el movimiento de las guerrillas en la sierra peruana como una forma de apoyar al campesinado que sufre la explotación, el inmovilismo y el abandono por parte del gobierno: "En estas condiciones consideramos que para que el campesino disfrute de la tierra que trabaja, para que el obrero lleve una vida digna…no queda otro camino que la lucha armada. Por ello aprobamos la lucha armada iniciada por el MIR, condenamos a la prensa interesada que desvirtúa el carácter nacionalista y reivindicatorio de las guerrillas, censuramos la violenta represión gubernamental… y ofrecemos nuestra caución moral a los hombres que en estos momentos entregan su vida para que todos los peruanos puedan vivir mejor". De igual modo, en "El papel del intelectual en los movimientos de liberación nacional" (enero de 1966), Vargas Llosa insta a atacar el sistema capitalista imperante: "somos sus adversarios y debemos luchar por su desaparición, no sólo como ciudadanos sino también como intelectuales. Y el sistema que reemplace al actual sólo puede ser socialista". Sin embargo, la crítica al sistema político-económico imperante también conlleva a una apreciación que poco a poco se irá imponiendo en la visión particular que tiene Vargas Llosa sobre la Historia y la realidad determinado por el convencimiento de creer que la función del escritor no debe estar limitada a ciertos dogmas políticos: "en el caso del creador se plantea un desgarramiento inevitable,... una terrible tensión: quiere ser fiel a una determinada concepción política y al mismo tiempo necesita ser fiel a su vocación. Si ambas coinciden, perfecto. Si divergen, surge la tensión, el desgarramiento. No debemos, empero, rehuir esa contradicción".

La literatura es fuego

Poco a poco vamos comprobando las ambiguas relaciones que desde ese lejano primer acercamiento con el marxismo en la Universidad de San Marcos se va constituyendo como constante en el trayecto escritural de Vargas Llosa. Este "desgarramiento" que vive el escritor se va radicalizando a partir de ciertos acontecimientos que lo hacen tomar partido por la imperativa independencia que debe tomar el artista ante ciertas situaciones que, a su juicio, son políticamente injustificadas. Así, en "Una insurrección permanente" (marzo de 1966) Vargas Llosa critica el enjuiciamiento y la posterior condena a los escritores rusos Siniavski y Daniel por publicar libros que veladamente satirizaban ciertos aspectos de la URSS. El novelista peruano plantea una interpretación de este hecho: "Todo indica que Siniavski Daniel son un pretexto, que su condena tiene un carácter de escarmiento preventivo, que, a través de ellos, se trata de frenar, o cuando menos, moderar, la tendencia notoriamente crítica y anticonformista que desde hace algunos años se manifiesta en la literatura soviética". Este argumento va acompañado a continuación de una especie de proclama sobre la misión social de la literatura frente a la realidad: "Al pan y al vino vino: o el socialismo decide suprimir para siempre esa facultad humana que es la creación artística y eliminar de una vez por todas a ese espécimen social que se llama el escritor, o admite la literatura en su seno y, en ese caso, no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de ironías, sátiras y críticas… Las cosas son así y no hay escapatoria: no hay creación artística sin inconformismo y rebelión. La razón de ser de la literatura es la protesta, la contradicción y la crítica. El escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir dramas, cuentos o novelas… La vocación literaria nace del desacuerdo del hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, blancos, vicios, equívocos o prejuicios a su alrededor. Entiéndanlo de una vez, políticos, jueces, fiscales y censores: la literatura es una forma de insurrección permanente". ¿El quiebre definitivo con el marxismo?. No todavía, ya que después de censurar directamente el actuar del gobierno soviético, Vargas Losa aún cree que socialismo dogmático de los sesenta es capaz de incorporar a la literatura como fuerza corrosiva de la realidad: "En el socialismo que nosotros ambicionamos, no sólo se habrá suprimido la explotación del hombre; también se habrán suprimido los últimos obstáculos para que el escritor pueda escribir libremente lo que le dé la gana comenzando, naturalmente, por su hostilidad al propio socialismo… Nosotros queremos, como escritores, que el socialismo acepte la literatura. Ella será siempre, no puede ser de otra manera, de oposición". Este texto resulta clave para entender el lento pero constante alejamiento que tendrá Vargas Llosa con respecto al marxismo. Sin embargo, por su popularidad y su carácter de manifiesto político-estético definitivo, es su texto "La literatura es fuego" el escrito en donde se explicita de manera más clara su inevitable alejamiento con el socialismo. Su posición es todavía cercana a Sartre en el sentido creer que el escritor cumple una función entre los hombres, pero, a la vez, se aleja de los principios más extremos de la "literatura comprometida" que afirmaban la total adhesión del escritor a la causa marxista en el mundo y, particularmente, en América Latina. Esto, claro está, no queda explícitamente en el texto pero, con la distancia que nos permite reconocer el pensamiento con el que actualmente se identifica Vargas Llosa, es posible ya advertir la inevitable incoherencia de sus reflexiones con respecto a la posición exclusiva, dogmática y radical que asumiría la izquierda en esos años.
Vargas Llosa aspira a que la revolución supere la pobreza y las carencias materiales que caracterizan a nuestro continente: "dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado a todos nuestros países, como ahora en Cuba, la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que las explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero… que nuestro socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror". Al mismo tiempo exige que se respete al escritor el derecho a disentir, utilizando como metáfora a un personaje literario de su, en ese entonces, amigo García Márquez: "Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas". Los escritores, más allá del sistema político que en que se viva, son "los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o está mal, solo sé que es así…. Rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos".
Las relaciones que se comienzan a establecerse entre la figura pública de Vargas Llosa y las drásticas disposiciones que ira tomando la izquierda mundial estará determinada por una insistente decepción y escepticismo de parte del escritor por los rumbos políticos que comienza a tomar el marxismo. Ejemplo de esto último es su artículo "La censura en la URSS y Alexandr Solzhenitsin"(1967) en donde confiesa cierta tristeza por los graves y "sólidamente fundamentados cargos" contra la política cultural de la URSS que realiza el escritor ruso, mientras que el artículo "Literatura y exilio" pareciera ser una tardía pero necesaria respuesta a esa aseveración de Sartre sobre los deberes sociales de los escritores del "tercer mundo". Justifica su exilio voluntario a París esgrimiendo la escasa o nula vida cultural del Perú que vivió en su primera juventud. Sobre las supuestas traiciones, egoísmos, irresponsabilidades o cobardías del artista que escapa de su particular realidad nacional, Vargas Llosa responde afirmando que "un escritor demuestra su rigor y su honestidad poniendo su vocación por encima de todo lo demás y organizando su vida en función de su trabajo creador. La literatura es su primera lealtad, su primera responsabilidad, su primera obligación". Por último, confirma su absoluta discrepancia con Sartre relativo a la necesaria renuncia a la literatura que el filósofo francés exigía a los escritores de los países subdesarrollados como una opción válida para la revolución social: "Es posible que un joven que abandona la literatura para dedicarse a enseñar o para hacer la revolución, sea ética y socialmente más digno de reconocimiento que ese otro, egoísta, que sólo piensa en escribir. Pero desde el punto de vista de la literatura, aquel generoso no es de ningún modo un ejemplo, o, en todo caso, se trata de un mal ejemplo, porque su nobleza o su heroísmo constituyen, también, una traición (a la literatura)", concluyendo, al final del artículo, que "la utilidad de la literatura, aunque es evidente, es también inverificable en términos prácticos". Cada vez se aleja más de Sartre.

Vargas Llosa y el marxismo: la inocencia interrumpida


Pareciera que estuviéramos hablando de una novela (y, tal vez, la sea) pero si leyéramos cronológicamente "Contra viento y marea", no sería del todo insensato interpretar este texto (de hecho, así lo estoy haciendo) como la premiosa pero insistente trayectoria de un escritor latinoamericano desde la izquierda marxista-leninista hasta llegar a su actual postura de derechista neoliberal. Sin embargo, he tratado de (de)mostrar mediante artículos y reflexiones de diverso tipo cómo Vargas Llosa nunca fue un seguidor fervoroso de la causa marxista. Al contrario, desde el principio he tratado de justificar mi tesis de que su relación con el pensamiento de izquierda fue siempre conflictiva y, aún en sus más impetuosas defensas a la causa revolucionaria, Vargas Llosa testimonia, consciente o inconscientemente, dudas y reparos a la ejecución del proyecto socialista.
No obstante todas las aprehensiones que hasta este momento tiene sobre el rol que juegan las izquierdas para garantizar el verdadero desarrollo de la justicia social, Vargas Llosa necesitará verificar personalmente esa realidad para confirmar si sus reflexiones tienen un asidero legítimo. Para eso viaja a la URSS y esa experiencia la plasma en el artículo "Moscú: notas a vuelo de pájaro". Lo primero que nota al observar la vida en este país es que a pesar de haberse reducido las injusticias sociales a un grado mucho menor en comparación a cualquier país de Occidente, en Rusia todavía no ha cambiado la vida, "el espectáculo que ofrece Moscú es el rutinario, impersonal y monótono de cualquier gran ciudad capitalista"; y, si bien, se sorprende de la popularidad de la poesía en el ciudadano común, no duda en criticar oblicuamente la censura de la que forman parte ciertos libros que no serían del agrado o que afectarían la moral del lector socialista. Al final del artículo ironiza ante el hecho de ser él mismo víctima de la censura: "En la editorial "La Joven Guardia" pregunté por qué se habían hecho cortes en un libro mío (La ciudad y los perros). Me respondieron: las páginas suprimidas contenían episodios escabrosos que hubieran ofendido a los lectores soviéticos. Pregunté: ¿quién decide lo que puede ofender a un lector de la URSS y lo que puede parecerle aceptable? Me respondieron: los directores de la editorial. ¿No podría ocurrir que haya algún director de editorial torpe que se equivoque?(…) Respuesta: la hipótesis es absurda, porque para ser director de una editorial hay que haber pasado por la Universidad y tener títulos. Muchos de los directores son miembros de la academia, y todos conocen y aman la literatura: ¿cómo podrían equivocarse?".Pero no será sino con la intervención militar de la URSS a Checoslovaquia lo que hará que Vargas Losa critique directamente la política soviética como "una agresión de carácter imperialista que constituye una deshonra para la patria de Lenin, una estupidez política de dimensiones vertiginosas y un daño irreparable para la causa del socialismo en el mundo". Vargas Losa ve en este hecho la futura división internacional del socialismo, pero no es esto lo que lo desconcierta. Lo que le produce más sorpresa e incomprensión son las palabras de Fidel Castro justificando esta intervención militar: ¿"cómo puede (Fidel) respaldar una invasión militar destinada a aplastar la independencia de un país que, al igual que Cuba, sólo pretendía que lo dejaran organizar su sociedad de acuerdo a sus propias convenciones?". Esta actitud lo hace enemistarse con diferentes intelectuales latinoamericanos de izquierda, situación que se ahonda aún más a consecuencia del famoso y tristemente célebre "caso Padilla".
Heberto Padilla era un poeta cubano que ganó un concurso literario en La Habana con un libro de poemas que, según el régimen de Castro, tenía características contrarrevolucionarias. A causa de esto, Padilla fue detenido junto con su mujer, la poetisa Belkis Cuza Malé. El revuelo que el arresto del poeta provocó en el ámbito político e intelectual internacional fue de proporciones, y, para entonces, ya eran muchas las voces —entre éstas, las de intelectuales de nombre que habían apoyado el proceso revolucionario desde sus inicios— que en la prensa extranjera alertaban sobre la estalinización de la vida cultural en Cuba. Después de supuestas amenazas (que Padilla nunca reconoció) y de alevosas acusaciones de pertenecer a la CIA, el poeta, en la noche del 17 de abril de 1971, leyó un documento autoinculpatorio en el que se arrepentía y pedía disculpas al pueblo cubano. Días después de la aparición de la carta, Padilla fue puesto en libertad. La comunidad intelectual internacional que hasta ese momento apoyaba la revolución cubana exigió explicaciones ante este desaguisado político y, con Vargas Llosa a la cabeza (quien estuvo encargado de la redacción), se envió una carta de reclamo. Creo pertinente, por su importancia, reproducir parte de este escrito:

"Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el acto celebrado en la UNEAC, en el cual el propio Padilla y los compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época stalinista, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas. Con la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día la Revolución Cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el stalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba […]".
La carta llevaba incorporada la firma de importantísimos intelectuales latinoamericanos y europeos: algunos de ellos eran Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Carlos Fuentes, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Mervin Jones, Juan Marse, Carlos Monsivais, Marco Antonio Montes de Oca, Alberto Moravia, Maurice Nadau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, José Revueltas, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Jorge Semprún, Susan Sontag, José Ángel Valente y Mario Vargas Llosa.
El efecto de este acontecimiento en la vida del novelista peruano es evidente: muestra una vez más que las promesas de libertad y justicia social que el marxismo presentaba no eran del todo ciertas y, por sobre todo, atacaban algo que para él era ineludible dentro de todo juego democrático, la libertad de creación del escritor: "En esa tormenta de verano que se abatió sobre unos cuantos escritores cubanos hace cuatro años se reflejaba, en el fondo, una desgracia mucho mayor: la desaparición de la posibilidad dentro de una sociedad socialista, de ponerse al margen o frente al poder (…) es que, cuando se clausuran las posibilidades de oponerse, diferenciarse, cuando se instala un sistema de intolerancia y control pleno, el escritor de vocación auténtica queda inmediata y brutalmente afectado".

Una teoría de la novela: el nuevo papel del escritor

Esta posición cada vez más alejada del marxismo (aunque todavía sin acercamientos ni flirteos con la derecha) trae consigo las inevitables críticas de parte de ciertos intelectuales que justificaban los errores del marxismo como accidentes que no comprometían la naturaleza positiva del sistema. Uno de los conflictos que tuvo que enfrentar Vargas Llosa fue el que llevó a cabo con el crítico Ángel Rama.
El pensador uruguayo increpó las reflexiones teóricas que hasta ese momento había llevado a cabo Vargas Llosa sobre la naturaleza de la creación literaria. Recordemos que el novelista peruano entendía la producción de ficciones como una forma que tiene el artista de demostrar su descontento e insatisfacción con la realidad. Rama comenta que esta tesis "se torna inentendible a la inmensa mayoría de las obras del arte universal, aunque sí muy comprensible un segmento de un siglo y medio dentro de los tres mil años de literatura que computamos". Vargas Llosa responde que tal impugnación no ha entendido un elemento central de su tesis: la explicación sobre el proceso creativo que él defiende se refiere específicamente al género narrativo. En este sentido, Vargas Llosa diferencia a la novela de la poesía y el teatro a partir de que la lírica expresa "el acuerdo del hombre con el mundo, ha exaltado lo establecido y testimoniado sobre la felicidad y la armonía de la vida", mientras que el teatro "ha sido un excelente vehículo de propagación de la fe dominante, religiosa o política". La novela entonces se revela como el más histórico de los géneros ya que tiene, en oposición a la poesía y al teatro cuyos orígenes se confunden con el nacimiento de las civilizaciones, una fecha y un lugar de nacimiento: "Esta representación verbal desinteresada de la realidad humana que expresa el mundo en la medida que lo niega, que rehace deshaciendo, este deicidio sutil que entendemos por novela y que es perpetrado por un hombre que hace las veces de suplantador de Dios, nació en Occidente, en la Alta Edad Media, cuando moría la fe y la razón humana iba a reemplazar a Dios como instrumento de comprensión de la vida". Por esto la novela es, a partir de esta lógica, el más laico de los géneros en tanto no brota en donde reina la fe sino "cuando los dioses se hacen pedazos y los hombres, de pronto librados a sí mismos, se hallan frente a una realidad que sienten hostil y caótica".
Ángel Rama le argumenta, en un artículo posterior, que esta teoría de la novela plantea un desgarramiento entre el mundo y la interioridad humana que proyecta al hombre no como un agente de la historia sino como un ser paciente e individual que evade la realidad para construir ficciones que reemplazan la miseria de la sociedad latinoamericana. En este sentido, la teoría vargallosiana "resulta poco apta para atender la demanda de los sectores sociales latinoamericanos que han presentado proyectos transformadores". Vargas Llosa responde a estas afirmaciones replicando que comprender a la novela en particular, y a la literatura en general, como fuentes desde las cuales construir un cambio social, una reforma de estructuras económicas que sirvan para el progreso en Latinoamérica, es una falacia ideológica que limita la verdadera importancia del escritor en la sociedad. La grandeza de una novela, según él, no debe medirse a partir de su ideología sino según su poder de persuasión que depende de su forma y, externamente, examinando sus relaciones con la realidad real de la que toda representación ficticia es representación y negación.
En este sentido, Vargas Llosa, como gran parte de sus compañeros de generación, se siente parte de una tradición novelesca latinoamericana, pero que actúa sobre ella como ruptura en tanto ya no establece una relación directa e ideológica con la realidad social sino que se funda dentro de nuevos paradigmas culturales que incentivan la producción de obras que representen renovadas perspectivas sobre el ser americano. Es, tal vez, Carlos Fuentes quien de manera más sugestiva ha descrito las características de este nuevo tipo de novela: "el nuevo escritor latinoamericano emprende una revisión a partir de una evidencia: la falta de un lenguaje. La vieja obligación de la denuncia se convierte en una elaboración mucho más ardua: la elaboración crítica… Esta resurrección del lenguaje perdido exige una diversidad de exploraciones verbales que, hoy por hoy, es uno de los signos de salud de la novela latinoamericana".
Claramente, como veremos, la visión de Vargas Llosa sobre el destino de la literatura actual tiende a ver la trayectoria de la novela en América como un progreso que supera anteriores formas y concepciones. El escritor latinoamericano decimonónico (y de comienzos del siglo XX) tenía como referentes a los grandes novelistas franceses y, como ellos, pretende asumir el papel de espejo que refleja la realidad a todos los hombres. El primer novelista latinoamericano, José Joaquín Fernández de Lizardi, es un ejemplo claro sobre el papel que jugó el escritor en la América del siglo XIX. Imposibilitado de poder atacar al gobierno mexicano mediante artículos y reseñas directas, se ve en la obligación de protegerse bajo la forma novelesca y así realizar su crítica social. La función legítima del escritor se convierte en ser el portavoz del pueblo, de sus quejas, lamentos, anhelos, desbarata las mentiras oficiales y hace resplandecer la verdad. Pero para que el artista asumiera esta función social, primero tuvo que existir un contexto histórico que hiciera posible y necesaria su existencia.
Las diferentes guerras de independencia, según Octavio Paz, pueden verse desde la siguiente perspectiva: el objetivo primario de nuestros países era separarse de España, imperio que se había cerrado al pensamiento moderno debido a la Contrarreforma y el neotomismo implantado por los jesuitas, para, posteriormente, abrirse a la modernidad que nos había sido negada. El modelo de inspiración para esta aspiración liberal fue tanto la independencia de los Estados Unidos como la Revolución Francesa. Sin embargo, la realidad mostraba que América no lograba establecer, como carácter adquirido, repúblicas libres y democráticas. Paz intenta una respuesta a esta inmadurez cívica de nuestros pueblos: "En América Latina no existía la tradición intelectual que, desde la Reforma y la Ilustración, había formado las conciencias y las mentes de las elites francesas y norteamericanas; tampoco existían las clases sociales que correspondían históricamente a la nueva ideología liberal y democrática". Esta falta de una corriente intelectual crítica y moderna es fruto de la forma en que la monarquía española durante siglos influyó sobre la actitud mental del americano: "Bajo el régimen español la sociedad civil, lejos de crecer y desarrollarse como en el resto de Occidente, había vivido a la sombra del Estado". Debido a esto, concluye Paz, a la caída del Imperio español y de su administración el poder económico se concentró en las oligarquías y el poder político en los militares que, cada cierto tiempo, realizaban golpes de Estado.
Esta incertidumbre social, esta irresoluta madurez política, confiere al escritor una personería moral y cívica que se materializa en textos en donde éste "describe la miseria y las enfermedades en el campo y las ciudades, acusa al político vendido y entreguista, critica a la Iglesia, pide una redistribución de la riqueza y la expulsión del imperialista. Denuncia, deja su testimonio: un épico documento humano". El artista se vuelve el predicador, el líder, el provocador que se siente comprometido con cierta labor militante y programática, que proclama "un nacionalismo especulativo tanto más intenso y exclusivista cuanto más inseguras las bases que la sustentaban. El desgarramiento intelectual se hizo apasionado y el novelista buscó esencias nacionales en la conducta del criollo, en la tradición castiza, para oponerlas al terror metafísico del desraizamiento". Vargas Llosa ve que esa forma de asumir la profesión creadora conlleva peligros y restricciones. La literatura, al "relevar a otras disciplinas como medio de investigación de la realidad y como instrumento de crítica y agitación" provoca un malentendido sobre las eficacias políticas y sociales que puede tener un texto con respecto a sus reales valores literarios y estéticos.
La literatura es, para Vargas Llosa, más una experiencia individual nacida de ciertas obsesiones e intuiciones que aspiran a constituir algo distinto del modelo que la inspira, que una voluntad social destinada a prestar un servicio religioso o político. La literatura es, por sobre todo, un constante socavamiento de las bases que sustentan determinada fe o creencia política. Sí, para Vargas Llosa "la insumisión congénita a la literatura desborda la misión de combatir a los gobiernos y las estructuras sociales: ella irrumpe contra todo dogma y exclusivismo lógico en la interpretación de la vida, es decir, las ortodoxias y heterodoxias ideológicas por igual. En otras palabras, ella es una contradicción viviente, sistemática, inevitable de lo existente ". De ahí su discrepancia con Angel Rama para entender al escritor como agente transformador e incitador de reformas sociales. Vargas Losa ve en esta posición reminiscencias de la misión que tuvo el escritor en los comienzos de las repúblicas latinoamericanas, en donde asumía una responsabilidad política que muchas veces iba en menoscabo de la integridad estética de su trabajo creador, asimismo, encuentra ecos de la teoría de la "literatura comprometida" propugnada por Sartre años atrás. Entonces, ¿el escritor no es un revolucionario?. Sólo en el sentido que le da Carlos Fuentes a ese adjetivo: "Nuestra lietratura es verdaderamente revolucionaria en cuanto le niega al orden establecido el léxico que éste quisiera y le opone el lenguaje de la alarma, la renovación, el desorden y el humor. El lenguaje, en suma, de la ambigüedad: de la pluralidad de significados, de la constelación de alusiones: de la apertura".

Los peligros del Indigenismo

Para Vargas Llosa, esta creencia en los poderes de la literatura es ingenua y equívoca ya que ve en los textos de creación sólo medios de conocimiento social o instrumentos de educación y agitación social. Sin embargo, es una teoría que sirve como un poderoso estímulo para el escritor. Él se siente como la voz de los sin voz, entregando el testimonio del alegato contra la hipocresía social. Lo que no sabe el escritor, nos confiesa Vargas Llosa, es que a partir de esta actitud el creador en realidad está cayendo en un peligro mucho mayor: supeditar su literatura a una ideología. Como ejemplo de este "malentendido" en el que cae el creador, propone el caso de José María Arguedas, un escritor que escribió sus mejores novelas cuando no incurrió en el error de representar en sus novelas tesis que defendían teorías indigenistas.
El Indigenismo fue un movimiento cultural de fines de siglo XIX y comienzos del XX con fuertes connotaciones nacionalistas y racistas. Sostenía que, en el caleidoscopio de razas que conformaban la sociedad peruana, el indio debía ser considerado la encarnación de lo nacional. Ayudado por las ideas marxistas de José Carlos Mariátegui, este movimiento aseguraba que comenzaba "una nueva era en la que los indios de los Andes despertarán de la somnolencia con la que a lo largo de los siglos han aceptado el desprecio, la humillación y la esclavitud, y restablecerán su predominio –cuatro millones en un país de cinco- sobre sus explotadores y enemigos: el blanco y el mestizo". Diferentes teóricos y pensadores que comulgaron con esta concepción cultural describen idílicas descripciones (que para Vargas Llosa son sólo ficciones) de la vida de los ayllus, sociedades indígenas igualitarias y sanas, en comunión con la naturaleza y generosos sentimientos solidarios, donde pervive el espíritu secular de la Raza, al que la influencia extranjerizante no ha conseguido degradar. Según los principios que guiaban este pensamiento, "entre los incas no había miseria, ni opresión ni egoísmo: el gobierno paternal y laxo, daba amplia autonomía a las regiones y respetaba la idiosincrasia de los pueblos incorporados al Tahuantinsuyo. La humanidad india vivía feliz, en estado de naturaleza, hasta la llegada del conquistador, quien introdujo el pecado terrible de la codicia y el espíritu de lucro".
Vargas Llosa desmitifica, ayudado por pensadores que han dedicado libros desmintiendo esta visión paradisíaca del indígena, la idea de asumir como real la "utopía" de entender el pasado indígena como valorable en sí mismo y a la patria como un imperativo moral. Para eso advierte que la descripción de ese supuesto paraíso terrenal que era el imperio Inca, en realidad no tiene bases en la historia sino que es una ficción ideológica y mítica, que tiende a una visión ingenua y romántica "en cuanto pinta a las civilizaciones indígenas precolombinas como sociedades idílicas, capaces de constituirse en modelos para el futuro (…), no como una realidad concreta".
La realidad evidencia que fueron muchos los pueblos sojuzgados por los incas y que, precisamente porque se sentían oprimidos, estuvieron dispuestos a servir a los conquistadores españoles contra sus opresores. También recuerda "los muy eficaces pero crueles métodos de control de población, que servían al poder para prevenir la rebeldía, como el de los mitimaes, trasplantes masivos de poblaciones a regiones apartadas, donde se sentían más desambientados y eran por lo tanto más faciles de sujetar". Además de estos errores que desvirtúan la verdadera realidad prehispánica, Vargas Llosa no oculta en describir a estas sociedades como "primitivas", en donde su visión del mundo se sustenta en actos de fe. De ahí que concluya que, por oposición, la verdadera manera de acercarse a la realidad debe ser producto de un conocimiento racional que se funde en la experiencia y se sometan sus hipótesis al cotejo con la realidad objetiva.. Amparado en Karl Popper, califica de irracional y no-científica toda visión mágica-religiosa de la experiencia, pues "presupone la existencia de un orden secreto en el seno del orden natural y humano fuera de toda aprehensión racional e inteligente, al que sólo se llega gracias a ciertos atributos innatos o adquiridos de orden natural. Una cultura mágico-religiosa puede ser de un notable refinamiento y de elaboradas asociaciones… pero será siempre primitiva si aceptamos la premisa de que el tránsito entre el mundo primitivo y tribal y el principio de la cultura moderna es, justamente, la aparición de la racionalidad, actitud (…) que irá sustituyendo la cultura tribal por la sociedad abierta, el conocimiento mágico por el científico, y disolviendo la realidad humana colectivista de la horda y la tribu en la comunidad de individuos libres y soberanos". Es evidente que Vargas Llosa detesta el indigenismo, más allá de sus restricciones estéticas, porque ampara un racismo y un nacionalismo que atenta con valores esenciales de la convivencia moderna, sin embargo, creo que lo que más reprueba es la directa cercanía de estas hipótesis al marxismo y la correspondiente visión de mundo que defiende.

La no-ideología de Vargas Llosa

Vargas Llosa, testigo de un tiempo generoso en acontecimientos que levantaron las más genuinas esperanzas bajo banderas ideológicas que prometían el fin de la injusticia social, siente decepción por su anterior adhesión al marxismo. Al mismo tiempo que ocurre este desengaño comienza a leer a ciertos pensadores liberales que le propondrán nuevas formas de entender la realidad social. En "Contra viento y marea (II)" deja constancia sobre el impacto que le significó leer a Jean Francois Revel y, por sobre todo, Isaiah Berlin. De ellos aprende un pragmatismo y un desdén por las ideologías políticas que lo harán acercarse cada vez más a un liberalismo tanto económico como moral. Ya en 1977 escribe: "me he vuelto más escéptico. O mejor dicho, más ecléctico en materia política. Las soluciones verdaderas a los grandes problemas, me parece, no serán nunca ‘ideológicas’, productos de una recomposición apocalíptica de la sociedad, sino básicamente pragmáticas, parciales, un proceso continuo de perfeccionamiento y reforma, como el que ha hecho lo que son, hoy, a los países más vivibles (o, los menos invivibles) del mundo: esas democracias del Norte, por ejemplo, cuyo progreso anodino es incapaz de entusiasmar a los intelectuales, amantes de terremotos". Vargas Llosa se siente ajeno a gran parte de las convicciones partidistas que siguen patrocinando populares intelectuales y escritores de izquierda (Galeano, Benedetti, García Márquez, Cortázar, por citar a algunos) y, a partir de sus nuevas lecturas, ve a la ideología como un mal que desvirtúa la realidad.
Hemos dicho que ahora sus reflexiones dan cuenta de una asimilación gradual pero inequívoca del Liberalismo, pero, en términos concretos, ¿qué significa eso?. Como ya vimos en su crítica al Indigenismo, Vargas Llosa cree que las formas irracionales de conocimiento no sólo son intrínsecamente distorsionadoras y supersticiosas, sino que, al expandir la ignorancia y el error, legitiman ideologías basadas en la ignorancia y el dogmatismo político (como el marxismo).. Esta creencia en la razón está muy unida con un concepto crítico de la noción de ideología. Para Vargas Llosa, como buen lector liberal, ve que todo lo que aparece como tradicional o atrasado, lo que no conduce a un progreso material e intelectual es ideología, y la ideología, según esta lógica, es la antítesis de la razón. La religión y las ideologías son verdaderos obstáculos que impiden el progreso: "Ver que, detrás de las ideas más generosas de nuestro tiempo, en los países y regímenes que aparentemente las encarnan, sobreviven, echando espumarajos por el belfo, casi todos los viejos demonios de la historia humana contra los que aquellas insurgieron –la tiranía, la brutalidad, la explotación de los más por los menos, el espíritu de dominación y de conquista- es algo que debería hacernos desconfiar profundamente de las ideas, sobre todo cuando, agrupadas en un cuerpo de doctrina, pretenden explicarlo todo en la historia y en el hombre y ofrecer remedios definitivos para sus males. Esas utopías absolutas –el cristianismo en el pasado, el socialismo en el presente- han derramado tanta sangre como la que querían lavar. Lo ocurrido con el socialismo es, sin duda, un desengaño que no tiene parangón en la historia" (el ennegrecido es mío). Vargas Llosa admite que esta posición puede ser tildada de pesimista, pero justifica su postura aduciendo que el optimismo desmedido desnaturaliza la realidad y la sustituye por la ilusión. De ahí que sea un "pesimismo fecundo y previsor" que reniega de respuestas totalizantes y, por lo tanto, asume la victoria de la justicia definitiva como algo imposible. En, tal vez, su manifiesto definitivo sobre esta perspectiva liberal que hace propia, escribe: "la lucha contra la injusticia –la dictadura, el hambre, la ignorancia, la discriminación- no se entabla para ganar una guerra, sino, únicamente, batallas. Pues esta guerra principió con el hombre y ya se halla éste lo bastante viejo para saber que sólo terminará cuando él termine (…) Saber que no hay victoria definitiva contra la injusticia, que ella acecha por doquier (…) es tal vez tener una pobre idea del hombre. Pero ello es preferible, seguramente, a tenerla tan alta que vivamos distraídos y sea tarde para reaccionar cuando descubramos que ese ser sonriente y puntual, tan inofensivo cuando era nuestro vecino y cuando le confiamos el poder, se convirtió de pronto en lobo", y termina con palabras no más alentadoras: "Porque, esa guerra que, curiosamente, no se puede ganar, se puede, en cambio, perder. La grandeza trágica del destino humano está quizá en esta paradójica situación que no le deja al hombre otra escapatoria que la lucha contra la injusticia, no para acabar con ella, sino para que ella no acabe con él".
En definitiva, toda ideología que plantea una solución a nuestros problemas es, en realidad, un "tipo especial de pensamiento falseado que, ocultando los problemas y contradicciones de la sociedad, pone obstáculo a las fuerzas emancipadoras". Como colofón a su convencimiento liberal, escribe: "Hay que desconfiar de las utopías: terminan por lo general en holocaustos. Una extraña verdad es que en política las soluciones mediocres suelen ser las mejores soluciones (…) En política no hay más remedio que ser realista. En literatura no y por eso ella es una actividad más libre y duradera que la política".

Adiós Sartre, bienvenido Camus

En 1975 Vargas Llosa publica en Lima un artículo titulado "Albert Camus y la moral de los límites". En él recuerda cómo trece años atrás había escrito un texto sobre el novelista argelino en donde, con "una ligereza que ahora me sonroja", criticaba su lirismo intelectual y su poco valor como pensador. Ya ha pasado mucho agua bajo ese río de nombre Historia y Vargas Llosa, con motivo de un atentado terrorista en el Perú, relee "El hombre rebelde" (L´homme revolté). En él descubre a un escritor lúcido y brillante en la lectura que hace de la realidad contemporánea, reconoce a un autor con el cual sentirse identificado después de la decepción que le provocó Sartre. Hagamos un poco de memoria.
En junio de 1962, Vargas Llosa publica un artículo de pretencioso título: "Revisión de Albert Camus". En él alababa a un escritor de notables dotes para la creación literaria pero de bajo nivel filosófico y reflexivo: "su pensamiento es vago y superficial: los lugares comunes abundan como las fórmulas vacías, los problemas que expone son siempre los mismos callejones sin salida por donde transita incansablemente como un recluso en su minúscula celda (…) cuando Camus medita sobre "la existencia" y "la vida en general" se limita a exponer (...) viejas concepciones de un pesimismo paralizante ". Para Vargas Llosa Camus no es un pensador, es un artista.
Coincidentemente en esa misma época (1964) Vargas Llosa escribe "Sartre y el Nobel", artículo en donde defiende a su mentor intelectual de los ataques que recibe por no ir a la recepción del famoso premio en Suecia. Además admira en el francés la capacidad de tener un criterio independiente, "su imprevisibilidad, su inconformismo. Ni la derecha ni la izquierda han conseguido oficializarlo; por eso lo atacan con tanta virulencia". Sin embargo, los tiempos han cambiado y, por sobre todo, Vargas Llosa es distinto a ese joven que escribía artículos apoyando la revolución cubana desde la mágica París. Como he tratado de plantear en este trabajo, Vargas Llosa ha pasado de ser un defensor de la causa marxista en el mundo a convertirse gradualmente en un moderado pensador liberal de derecha. Las teorías de la "literatura comprometida" ya no son aceptadas y son reemplazadas por un pragmatismo extremo en lo político, donde la utopía marxista se ha convertido en el sinónimo de la pesadilla moderna, y, en lo estético, se acerca a un formalismo literario que no admite ser recurso de ninguna ideología que no busque la libertad del individuo moderno. Es ahí en donde la figura de Camus resplandece como el autor en donde Vargas Losa puede reconocerse. Aplaude en él la capacidad de, en medio de la efervescencia contemporánea que exigía sí o sí formar parte de alguna trinchera política, desdeñar las respuestas a la realidad que daban el cristianismo y el marxismo. Para justificar esa valentía que no comulgaba con religión ni ideología alguna, cita una conferencia que dio Camus en 1948: "¿Con qué derecho un cristiano o un marxista me acusa de pesimista? No he sido yo quien ha inventado la miseria de la criatura, ni las terribles formulas de la maldición divina (…) No he sido yo quien dijo que el hombre era incapaz de salvarse por sí mismo y que, en el fondo de su bajeza, no tenía otra esperanza que la gracia de Dios. ¡Y en cuanto al famoso optimismo marxista! Nadie ha ido tan lejos en la desconfianza respecto del hombre como el marxista, y, por lo demás, ¿acaso las fatalidades económicas de este universo no resultan todavía más terribles que los caprichos divinos?". Vargas Losa ve en Albert Camus a un pensador contra-ideológico, lo que se entrecruza perfectamente con las ideas de democracia, economía y moral liberal que el escritor peruano defiende. De Sartre a Camus, del marxismo al (neo)liberalismo. Término del viaje.

CONCLUSIONES

El objetivo de este trabajo era, por una parte, describir el itinerario político del escritor peruano Mario Vargas Llosa a través de la dimensión testimonial que reproducían los artículos y textos que conforman el libro "Contra viento y marea". También era el rastrear las huellas, las reflexiones que precedieron y dieron un sentido determinado a las diferentes elecciones que hoy día definen a un sujeto que se ubica de manera polémica dentro del sistema intelectual latinoamericano. Al explorar la transformación reflexiva que fue configurando la identidad personal y la visión política que sustenta el discurso público de Vargas Llosa, quisimos comprobar una de las premisas que dieron origen a este trabajo: comprender de manera coherente que el desarrollo (no en el sentido evolutivo sino como proceso) de la reflexión crítico liberal que hoy explican el pensamiento vargallosiano tiene un origen que nace del deseo genuino, aunque moderado, en adoptar una concepción marxista de la realidad. No del todo convencido pero sí esperanzado en una vía socialista que diera respuestas a la injusticia social, la relación de Vargas Llosa con la izquierda fue, en un principio, de apoyo irrestricto. Sin embargo, ya desde sus primeros artículos se puede preveer que la manera de enfrentar la función creadora (ajena a los dictados partidistas de cualquier tipo) lo llevarán a un conflicto político que gradualmente comienza a dar pie al escepticismo y la posterior desilusión ideológica. Sus posteriores lecturas de pensadores liberales coinciden con esta distancia que se establece entre el escritor y la izquierda, representada en la figura tutelar de Jean Paul Sartre. A consecuencia de esto, Vargas Llosa aplica la doctrina liberal de criticar sistemáticamente a las ideologías, lo que provoca una irremediable desafección con cualquier concepción comunista de la sociedad y la historia y, a consecuencia de esto, se aleja definitivamente de Sartre para (re)descubrir la figura de Albert Camus como ejemplo del pensador pragmático, desdeñador de cualquier respuesta totalizante del destino humano. ¿Cuál es la función de la literatura dentro de este esquema liberal? Precisamente ser la muestra de la insuficiencia congénita que define al ser humano: crear ficciones que enriquezcan nuestra existencia trágica e incompleta, compensar la insalvable distancia, el divorcio inevitable que existe entre nuestra realidad limitada y nuestros apetitos desmedidos. El mundo de la literatura, del arte, es un mundo de perfección y belleza que nos muestra que el mundo está mal hecho. Es por eso que "la buena literatura es siempre sediciosa, insumisa… un desafío a lo existente".

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